Once millones, amigo mío.
Once millones... Eso es algo que no admitiré nunca, a menos que los cuente yo mismo.
Cuéntalos, Conseil. Pero terminarás antes creyéndome. Además, los franceses, los
ingleses, los americanos, los da-neses, los noruegos, pescan los abadejos por millares. Se
consume en cantidades prodigiosas, y si no fuera por la asombrosa fecundidad de estos
peces los mares se verían pronto despoblados de ellos. Solamente en Inglaterra y en
Estados Unidos setenta y cinco mil marineros y cinco mil barcos se dedican a la pesca del
bacalao. Cada barco captura como promedio unos cuarenta mil, lo que hace unos
veinti-cinco millones[L21] . En las costas de Noruega, lo mismo.
Bien, creeré al señor y no los contaré.
¿Qué es lo que no contarás?
Los once millones de huevos. Pero haré una observa-ción.
¿Cuál?
La de que si todos los huevos se lograran bastaría con cuatro bacalaos para alimentar a
Inglaterra, a América y a Noruega.
Mientras recorríamos los fondos del banco de Terranova vi perfectamente las largas líneas
armadas de doscientos an-zuelos que cada barco tiende por docenas. Cada línea, arras-trada
por un extremo mediante un peque