Por los cristales descubiertos del salón vi algunos grandes peces pasar como fantasmas por
el agua en fuego. ¡El rayo golpeó a algunos bajo mis ojos!
El Nautilus continuó descendiendo. Yo pensaba que ha-llaría la calma a una profundidad de
quince metros. No. Las capas superiores estaban demasiado violentamente agita-das. Hubo
que descender hasta cincuenta metros en las en-trañas del mar para hallar el reposo. Allí,
¡qué tranquili-dad!, ¡qué silencio!, ¡qué paz! ¿Quién hubiese dicho que un terrible huracán
se desencadenaba entonces en la superficie del océano?
20. A 470 24' de latitud y l70 28' de longitud
La tempestad nos había rechazado hacia el Este. Toda es-peranza de evadirse en las
cercanías de Nueva York o del San Lorenzo se había desvanecido. El pobre Ned,
desesperado, se aisló como el capitán Nemo. Conseil y yo no nos dejába-mos nunca.
Dije que el Nautilus se había desviado al Este, pero hubie-ra debido decir más exactamente
al Nordeste. Durante algu-nos días, cuando navegaba en superficie, erró en medio de las
brumas de esos parajes tan peligrosas para los navegan-tes. Esas brumas se