La atracción interpersonal
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concluye que la persona físicamente agradable produce mucha más atracción que aquella cuyo físico es menos agradable. Sin embargo, aunque el
atractivo físico es un factor muy poderoso, no produce de ordinario su
efecto de forma aislada, sino unido a otros factores en cuya constelación
vendría a ser un rasgo muy principal a tener en cuenta. Por otra parte,
estos rasgos físicos «bellos» no lo son siempre ni lo son para todos, sino
que dependen mucho de los gustos subjetivos, de las épocas, modas, culturas y pueblos (por ejemplo, en unos lugares son más apreciados los hombres rubios y en otros los morenos, en unas épocas gustan más los tipos
delgaditos y en otras los tipos bien entrados en carnes, etc.). No obstante,
a pesar de estas limitaciones, la relación entre el atractivo físico y la atracción está bien establecida. Basta con ver la publicidad televisiva para hacernos una idea de lo importante que es el atractivo físico en nuestra sociedad. Y es que parece ser que la gente mantiene el estereotipo de que «lo
hermoso es bueno» (Dion, Berscheid y Walster, 1972) (véase el argumento
opuesto en Tseëlon, 1992). Además, estas creencias acerca del atractivo
físico son muy potentes y poseen un gran efecto en los individuos. Al fin y
al cabo, el estereotipo del atractivo físico, que es la suposición de que las
personas con atractivo físico poseen también otros rasgos socialmente deseables, ha sido enseñado a los niños a través de los cuentos (y ahora de la
televisión) desde hace siglos: Blanca Nieves y Cenicienta son hermosas (y
buenas), mientras que la bruja y las hermanastras son feas (y malas). Así, en
un estudio del propio Dion (1972), los sujetos, estudiantes de Magisterio,
leyeron una descripción de la conducta de dos niños presumiblemente
escrita por su maestro. En un caso, la conducta era «muy mala» (el niño
había lanzado una bola de nieve con una aguda piedra de hielo contra la
cabeza de un compañero). En el otro caso, la conducta había sido «medianamente mala» (el niño había lanzado una bola de nieve a la pierna de otro
niño). Junto con cada descripción había una fotografía del niño, muy atractivo en unos casos y poco atractivo en otros. Los sujetos hicieron después
juicios acerca de los niños. El niño atractivo y el no atractivo fueron tratados de forma diferente, pero sólo en el caso de la conducta muy mala: si el
niño era atractivo, se excusaba su conducta como una transgresión temporal. Sin embargo, el niño no atractivo fue condenado y su conducta fue
considerada como una característica propia (atribución interna estable).
Igualmente, cuando Clifford y Walster (1973) mostraron a unos profesores
de primaria la misma información sobre un niño, pero acompañada de una
fotografía, de un niño atractivo en unos casos y en otros de uno no atractivo, los profesores percibieron al niño atractivo como más inteligente y
exitoso en la escuela que al no atractivo.
No es sorprendente, pues, como dicen Perlman y Cozby (1985), que la
gente físicamente atractiva desarrolle una mayor autoestima, sea menos
tímida, se comprometa más frecuentemente y tenga más habilidades sociales que los individuos menos atractivos. Es interesante observar también
que algunos estudios encontraron que los pacientes mentales hospitalizados
son menos atractivos que los no hospitalizados. Lo que no está claro es si