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418 Anastasio Ovejero Bernal objetos, así como su carácter eminentemente procesual y evolutivo. El punto de vista relacional, como señala Ibáñez, va mucho más allá de las formulaciones en términos de interacciones y se niega a considerar como categorías ontológicamente independientes unos objetos que sólo pueden existir en virtud de su relación recíproca y de la interdependencia de sus respectivas definiciones. Por último, descaquemos, con Ibáñez (1990, pág. 219), tres implicaciones fundamentales de esta teoría para nuestra disciplina: 1) Lejos de ser el sujeto pasivo de los determinismos sociales, el individuo desempeña un papel activo en la constitución de la realidad social y, por tanto, la psicología social debería reconocer el carácter intencional y creativo del ser humano; 2) como consecuencia de la naturaleza procesual de los fenómenos, no debemos olvidar que las «cosas» no están constituidas de una vez por todas, sino que están en un proceso de constante devenir, de permanente creación y recreación, de constante reproducción y transformación. La dimensión diacrónica adquiere, pues, una importancia primordial en el análisis de la realidad y se enfatiza de esta forma el aspecto histórico de los fenómenos sociales. En este sentido, la psicología social debería abandonar sus tendencias ahistóricas y reconocer plenamente la naturaleza histórica de los fenómenos que investiga; y 3) finalmente, de la misma manera que no podemos separar la persona de la sociedad, tampoco podemos desligar la ciencia de su contexto histórico de producción. Así pues, toda ciencia está indefectiblemente impregnada de los valores dominantes de la cultura en la que se desarrolla y los científicos tienen, por tanto, un papel activo en la conformación de su sociedad. b) El contextualismo: aunque se trata de una corriente alternativa que, hasta ahora, no ha tenido una gran influencia en la psicología social, sin embargo resulta interesante que la analicemos aquí porque, además de que sí existen ya algunos interesantes estudios sobre ella (Georgoudi y Rosnow, 1985a, 1985b; Nosnow y Georgoudi, 1986), «presenta características muy similares a las de la orientación dialéctica» (Ibáñez, 1990, pág. 219). Estamos ante una corriente abiertamente posmoderna, ya que, contrariamente a la etogenia de Harré, se muestra crítica ante las epistemologías realistas, rechazando todo dualismo entre apariencia y realidad, y negando que existan estructuras más profundas ocultas detrás de los acontecimientos tales como se manifiestan «realmente». En efecto, como señala Ibáñez, junto con su aceptación de que todo conocimiento es «limitado», en el doble sentido de que es una construcción resultante de una serie de prácticas sociales históricamente situadas, y de que carece de sentido pretender que alcance jamás a ninguna «verdad» definitiva, el contextualismo enfatiza el carácter organizado de la totalidad contextual en la que transcurren los acontecimientos humanos. No existe, en efecto, añade Ibáñez, un mundo de elementos discretos e independientes que se manifiesten con independencia de la totalidad en la que se insertan. Así, ninguna actividad humana puede analizarse con independencia del entorno cultural y del contexto sociohistórico de significados y de relaciones sociales en que acontece. Pero sería