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Conformismo y obediencia a la autoridad 165 cientes de que los demás están en el error. Sin embargo, los resultados de sus propios experimentos desmintieron sus hipótesis. Al intentar poner de manifiesto la fuerza del libre albedrío, llegó, por el contrario, a demostrar el conformismo ciego de los individuos, al menos en ciertas circunstancias. Estos últimos se conforman, no porque estén convencidos de la verdad de las posiciones de los demás, sino porque no desean desmarcarse, no quieren parecer diferentes de sus semejantes. En su primer estudio sobre este tema, Asch (1951) invitó a siete estudiantes a participar en un experimento en el que tenían que decidir 18 veces cuál de tres líneas era semejante en longitud a una línea estándar, de las que una sí era igual y las otras dos diferentes (una más corta y otra más larga). Pues bien, a pesar de que la tarea, como vemos, era muy fácil, como se comprueba por el hecho de que de un grupo control de 37 sujetos que daban su opinión estando solos, 35 no cometieron ni un solo error, uno cometió sólo uno y el otro dos (es decir, sólo se produjo un 0,7 por 100 de errores). Sin embargo, en la condición experimental los sujetos, sentados en semicírculo, debían dar sus juicios en voz alta y en el orden en que estaban sentados (pero tengamos en cuenta que de los siete, seis eran cómplices del experimentador, y respondieron erróneamente siguiendo sus órdenes, y sólo uno era un auténtico sujeto, que, además, estaba sentado en el puesto 6.º). Se hicieron seis comparaciones «neutrales» (las dos primeras y otras cuatro distribuidas a lo largo de la sesión), en las que los cómplices respondieron correctamente. En cambio, en las restantes 12 comparaciones respondieron unánimemente de forma incorrecta, tal como quería el experimentador. Como puede suponerse, las comparaciones neutrales, sobre todo las dos primeras, servían para no levantar sospechas en el sujeto y evitar que atribuyeran los errores a problemas oculares en los cómplices. Pues bien, en esta situación, los sujetos cometieron unas tasas de error muy superior al 0,7 por 100 del grupo de control, en concreto un 37 por 100 como media, lo que muestra el enorme impacto que en un sujeto aislado tiene una mayoría unánime, incluso cuando está equivocada y la tarea es muy fácil. Concretando más, de los 13 sujetos de Asch, sólo alrededor de un 25 por 100 no cometió ningún error, frente al 95 por 100 del grupo de control, un 28 por 100 cometió ocho o más errores, de un total de doce posibles, y los demás (aproximadamente el 47 por 100) entre uno y siete errores. Hubo el 37 por 100 de errores, pero el 75 por 100 de los sujetos se equivocaron alguna vez y casi un tercio se equivocaron casi siempre. Alguien puede pensar que estos datos no tienen mucha importancia ya que se llevaron a cabo con pocos sujetos y, además, pueden ser producto del contexto cultural e histórico del momento en que se realizó el experimento: los Estados Unidos de la posguerra. Sin embargo, en numerosas ocasiones y en poblaciones diferentes se han hallado datos muy similares. Así, en Bélgica (Doms y Van Avermaet, 1982), en Holanda (Vlaander y Van Rooijen, 1985), etc. También Crutchfield (1955), con un paradigma experimental diferente al de Asch, encontró altas tasas de sometimiento al grupo.