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102 Anastasio Ovejero Bernal En todo caso, ¿existen diferencias de género? ¿los hombres y las mujeres difieren en la manera en que experimentan el amor apasionado? Sí parecen existir diferencias, eso sí, producidas culturalmente. Así aunque generalmente se cree que las mujeres son más enamoradizas, sin embargo los datos existentes (Dion y Dion, 1988; Peplau y Gordon, 1985) parecen indicar que son los hombres los que tienden a enamorarse con mayor rapidez. Los hombres también parecen desenamorarse en forma más lenta y tienen una probabilidad menor que las mujeres de romper un romance prematrimonial, aunque las mujeres tienen una probabilidad ligeramente mayor que los hombres de centrarse en la intimidad de la amistad y en su interés por su pareja, mientras que los hombres tienden a pensar que las mujeres en los aspectos físicos y festivos de la relación. En todo caso, cuanto más dura una relación son menores sus altibajos emocionales (Berscheid y cols., 1989). La intensidad del romance puede durar unos cuantos meses, incluso un par de años, pero difícilmente mucho más. Ahora bien, si una relación íntima ha de perdurar, debe estabilizarse en un resplandor crepuscular más tranquilo pero aún afectuoso que Hatfield llama amor de compañeros, que, a diferencia de las emociones profundas del amor apasionado, es una emoción menos intensa, es un vínculo afectuoso profundo, pero no profundamente emocional. Pero es igual de real. Incluso si uno desarrolla tolerancia para un fármaco, la abstinencia puede ser dolorosa. De la misma manera sucede con las relaciones íntimas. Las parejas mutuamente dependientes que ya no sienten la llama del amor apasionado a menudo descubren, ante el divorcio o la muerte, que la pérdida es mayor de lo que esperaban. Que se habían centrado en lo que no funcionaba y no notaron todas las cosas que sí lo hacían, incluyendo cientos de actividades interdependientes (Carlson y Hatfield, 1992). Además del atractivo físico, existen otros criterios a la hora de seleccionar la pareja, criterios que Stroebe y Stroebe (1984) agrupan en estas tres categorías: a) Disponibilidad: el primer requisito mínimo es la disponibilidad de la interacción. Ello limita el campo de parejas potenciales a aquellas personas a las que es probable que encontremos en las situaciones que conducen al desarrollo de relaciones informales cotidianas. El más estudiado de los determinantes de la disponibilidad ha sido la proximidad (recuérdese lo que vimos sobre este aspecto en el capítulo anterior). De hecho, se ha encontrado que la frecuencia de matrimonios disminuye con el aumento de la distancia entre las residencias de las potenciales parejas. Sin embargo, sociólogos, antropólogos y psicólogos sociales subrayan la necesidad de tener en cuenta las normas que definen las características sociológicas de las parejas potenciales (estatus socioeconómico, raza, religión, etc.), normas que deben ser tenidas en cuenta junto al criterio de familiaridad, complementándolas. b) Deseabilidad: existen ciertas características sociales o físicas de los candidatos a cónyuges que son altamente valoradas en una sociedad dada.