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gentes, de buena gana hubiera permanecido en su compañía algún tiempo con objeto de reponerme de las fatigas del viaje; pero mi tío, que no experimentaba necesidad de descanso, no lo entendió de igual modo, y a la mañana siguiente no hubo otra solución que montar nuevamente nuestras pobres cabalgaduras. El suelo se encontraba afectado por la proximidad de la montaña, cuyas raíces de granito salían de la tierra cual las de una vieja encina. Íbamos contorneando la base del volcán. El profesor no le perdía de vista; gesticulaba sin cesar y parecía desafiarle y decirle «¡He aquí el gigante que voy a sojuzgar!». Por fin, después de veinticuatro horas de marcha, se detuvieron espontáneamente los caballos a la puerta de la rectoría de Stapi.