rodillas y el resto entre nuestras piernas. Los que ya sabían hablar, repetían soellvertu en
todos los tonos imaginables, y los que aún no habían aprendido, gritaban con todas sus
fuerzas.
El anuncio de la comida interrumpió este concierto. En este momento entró el cazador
que venía de tomar sus medidas para que los caballos comiesen, es decir, que los había
económicamente soltado en el campo, donde los infelices animales tendrían que
contentarse con pacer el escaso musgo de las rocas y algunas ovas bien poco nutritivas; lo
cual no sería obstáculo, para que, al día siguiente, viniesen voluntariamente a reanudar,
sumisos, el trabajo de la víspera.
—Soellvertu —dijo Hans al entrar.
Después, tranquilamente, automáticamente, sin que ninguno de los ósculos fuese más
acentuado que cualquiera de los demás, besó al dueño de la casa, a su esposa y a sus diez
y nueve hijos.
Terminada la ceremonia, nos sentamos a la mesa en número de veinticuatro, y por
consiguiente, los unos sobre los otros en el verdadero sentido de la expresión. Los más
favorecidos sólo tenían sobre sus rodillas dos muchachos.
La llegada de la sopa hizo reinar el silencio entre la gente menuda, y la taciturnidad
característica de los islandeses, incluso entre los muchachos, recobró de nuevo su
imperio. Nuestro huésped nos sirvió una sopa de liquen que no era desagradable, y
después, una enorme porción de pescado seco, nadando en mantequilla agria, que tenía lo
menos veinte años, y muy preferible, por consiguiente, a la fresca, según las ideas
gastronómicas de Islandia. Había además skyr, especie de leche cuajada y sazonada con
jugo de hayas de enebro. En fin, para beber, nos ofreció un brebaje, compuesto de suero y
agua, conocido en el país con el nombre de blanda. No sé si esta extraña comida era o no
buena. Yo tenía buena hambre y, a los postres, me di un soberbio atracón de una espesa
papilla de alforfón.
Terminada la comida, desaparecieron los niños, y las personas mayores rodearon el
hogar donde ardían brezos, turba, estiércol de vaca y huesos de pescado seco. Después de
calentarse de este modo, los diversos grupos volvieron a sus habitaciones respectivas. La
dueña de la casa se ofreció, según era costumbre, a quitarnos los pantalones y medias;
pero renunciamos a tan estimable honor, dándole, sin embargo, las gracias del modo más
expresivo; la mujer no insistió, y pude, al fin, arrojarme sobre mi cama de heno.
Al día siguiente, a las cinco, nos despedimos del campesino islandés, costándole gran
trabajo a mi tío el hacerle aceptar una remuneración adecuada, y dio Hans la señal de
partida.
A cien pasos de Gar där, el terreno empezó a cambiar de aspecto, haciéndose pantanoso
y menos favorable a la marcha. Por la derecha, la serie de montañas se prolongaba
indefinidamente como un inmenso sistema de fortificaciones naturales cuya
contraescarpa seguíamos, presentándose a menudo arroyuelos que era preciso vadear sin
mojar demasiado la impedimenta.
El país iba estando cada vez más desierto; sin embargo, aun a veces alguna sombra
humana parecía huir a lo lejos. Si las revueltas del camino nos acercaban inopinadamente
a uno de estos espectros, sentía yo una invencible repugnancia a la vista de una cabeza
hinchada, una piel reluciente, desprovista de cabellos, y de asquerosas llagas que dejaban
al descubierto los grandes desgarrones de sus miserables harapos.