Test Drive | Page 46

Pasamos la última velada en íntima conversación con el señor Fridriksson, que me inspiraba una íntima simpatía. A la charla, después, siguió un sueño bastante agitado, al menos por parte mía. A las cinco de la mañana me despertaron los relinchos de cuatro caballos que bajo mi ventana piafaban. —Me vestí a toda prisa y bajé en seguida a la calle, donde Hans estaba acabando de cargar nuestra impedimenta, moviéndose lo menos posible, aunque dando muestras de poseer una extraordinaria destreza. Hacía mi tío más ruido del que era necesario; pero el guía prestaba, al parecer, poca o ninguna atención a sus recomendaciones, A las seis, estaba todo listo. El señor Fridriksson nos estrechó las manos. Mi tío le dio, en islandés, las gracias más expresivas por su amable hospitalidad. Yo, por mi parte, le saludé cordialmente en mi latín macarrónico. Montamos a caballo, y el señor Fridriksson me espetó con su último adiós este verso de Virgilio, que parecía hecho expresamente para nosotros, pobres viajeros que mirábamos con incertidumbre el camino: El quacumque viam dederit fortuna sequamur.