—¡Sin duda alguna! Existen numerosas montañas, ventisqueros y volcanes muy poco
conocidos que es necesario estudiar. Sin ir más lejos, mire usted ese monte que en el
horizonte se eleva: ¡es el Sneffels!
Sí, señor; uno de los volcanes más curiosos y cuyo cráter raramente se visita.
—¿Apagado?
—Apagado hace ya quinientos años.
—Pues bien —respondió mi tío, cruzando las piernas con fuerza para no saltar en el
aire—, deseo empezar mis estudios geológicos por ese Saffel... o Fessel... ¿cómo le llama
usted?
—Sneffels —respondió el excelente señor Fridriksson. Esta parte de la conversación se
había desarrollado en latín, de manera que me enteré de todo, y tuve que contenerme para
no soltar el trapo a reír al ver cómo mi tío contenía su satisfacción que pugnaba por
escapársele por todas partes adoptando un aire candoroso que parecía la mueca de un
diablo.
—Sí —dijo—, sus palabras de usted me deciden; procuraremos escalar ese Sneffels, y
hasta estudiar su cráter tal vez.
—Siento en el alma —dijo el señor Fidriksson— que mis ocupaciones no me permitan
ausentarme; porque, de lo contrario, les acompañaría 6