—Un poco de paciencia, hijo mío. Una recaída podría retrasarnos mucho, y no es cosa
de perder tiempo, porque la travesía puede ser larga.
—¿La travesía?
—Sí, sí: descansa aún todo el día de hoy, y nos embarcaremos mañana.
—¡Embarcarnos!
Esta última palabra me hizo dar un gran salto.
¡Cómo! ¡Embarcamos! ¿Teníamos por ventura algún río, algún lago o algún mar a
nuestra disposición? ¿Había fondeado un buque en algún puerto interior?
Mi curiosidad se excitó de una manera asombrosa. En vano trató mi tío de retenerme en
el lecho: cuando se convenció de que mi impaciencia me sería más perjudicial que la
satisfacción de mis deseos, se decidió a ceder.
Me vestí rápidamente, y, para mayor precaución, me envolví en una manta y salí de la
gruta en seguida.