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Me puse otra vez a escuchar. Al pasear el oído a lo largo de la pared, hallé un punto matemático donde las voces parecían adquirir su máximo intensidad. La palabra förlorad volvió a sonar en mi oído, y oí después aquel fragor de trueno que me había sacado de mi aletargamiento. —No —me dije—; estas voces no se oyen a través de la pared. Su estructura granítica no se dejaría atravesar por la más fuerte detonación. Este ruido llega a lo largo de la misma galería. Preciso es que exista en ella un efecto de acústica especial. Escuché nuevamente, y lo que es esta vez ¡oh, sí! esta vez oí mi nombre claramente pronunci F