muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún
castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar
su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue
como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención,
le encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las
cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a
hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o
imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que
vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles
de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos
adherentes que semejantes castillos se pintan.
Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho de ella
detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las
almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero
como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vió a las dos distraídas mozas que allí
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas, o dos graciosas damas,
que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso
que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos
(que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al
instante se le representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que algún enano
hacía señal de su venida, y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas,
las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y
adarga, llenas de miedo se iban a