despertarlo: probablemente el lamentable resultado del mismo es el que ha dado lugar a
tanta discusión en los círculos privados y a una opinión pública que no puedo dejar de
considerar como injustificada.
A efectos de librar del trance hipnótico al paciente, acudí a los pases habituales. De
entrada resultaron infructuosos. La primera indicación de un retorno a la vida lo
proporcionó el descenso parcial del iris. Como detalle notable se observó que este descenso
de la pupila iba acompañado de un abundante flujo de icor amarillento, procedente de
debajo de los párpados, que despedía un olor penetrante y fétido. Alguien me sugirió que
tratara de influir sobre el brazo del paciente, como al comienzo. Lo intenté, sin resultado.
Entonces el doctor F... expresó su deseo de que interrogara al paciente. Así lo hice, con las
siguientes palabras:
—Señor Valdemar... ¿puede explicarnos lo que siente y lo que desea?
Instantáneamente reaparecieron los círculos hécticos en las mejillas; la lengua tembló,
o, mejor dicho, rodó violentamente en la boca (aunque las mandíbulas y los labios siguieron
rígidos como antes), y entonces resonó aquella horrenda voz que he tratado ya de describir:
—¡Por amor de Dios... pronto... pronto... hágame dormir... o despiérteme... pronto...
despiérteme! ¡Le digo que estoy muerto!
Perdí por completo la serenidad y, durante un momento, me quedé sin saber qué hacer.
Por fin, intenté calmar otra vez al paciente, pero al fracasar, debido a la total suspensión de
la voluntad, cambié el procedimiento y luché con