nuestro verdadero carácter, pero realmente no sé lo que quiere dar a entender.
A pesar de los buenos oficios del doctor y las extenuantes tentativas de la asociación
para alcanzar renombre, los resultados fueron nimios hasta el día en que me incorporé a
ella. Digamos la verdad: los socios se complacían en discusiones llenas de petulancia. Los
artículos que se leían los sábados por la tarde se caracterizaban por su bufonería y no por su
profundidad. No era más que crema verbal batida. No se inventaban ni las primeras causas
ni los primeros principios. No se investigaba nada. No se prestaba la menor atención al
punto más importante: el «ajuste de todas las cosas». En resumen, no se escribía tan
bellamente como lo hago yo. Todo era bajo, muy bajo. Ninguna profundidad, ninguna
cultura, ninguna metafísica..., nada de lo que los sabios llaman espiritualidad y que los
ignorantes prefieren estigmatizar con la denominación de «jerigonza».
Al incorporarme a la sociedad hice todo lo posible por sentar en ella un mejor estilo de
pensamiento y de redacción, y el mundo sabe muy bien hasta qué punto lo logré.
Producimos actualmente en el P. R. E. T. T. Y. B. L. U. E. B. A. T. C. H. artículos tan
excelentes como los que podrían encontrarse en el Blackwood. Menciono el Blackwood,
pues me han asegurado que los mejores ensayos sobre cualquier tema deben buscarse en las
páginas de tan justamente celebrado magazine. Lo hemos tomado por modelo en todo
sentido y, como es natural, estamos conquistando rápida notoriedad. Al fin y al cabo no es
tan difícil escribir un artículo que tenga la genuina estampa de los que se publican en el
Blackwood, una vez que se ha aprendido la manera de hacerlo. Se entiende que no hablo de
los artículos políticos. Todo el mundo sabe cómo se escriben desde que el Dr. Moneypenny
nos lo explicó. El señor Blackwood tiene unas tijeras de sastre y tres aprendices que
aguardan sus órdenes. Uno de ellos le alcanza el Times, otro el Examiner, y el tercero el
Nuevo compendio de insultos en «slang». El señor B. se limita a cortar de ahí y a mezclar.
Todo eso se cumple en un momento, y no lleva más que Examiner, insultos en slang y
Times, o bien Times, insultos en slang y Examiner, o bien Times, Examiner e insultos en
slang.
Pero el mayor mérito de la revista reside en sus diversos artículos, y los mejores
responden a lo que el Dr. Moneypenny llama las bizarreries (vaya una a saber lo que
significa eso), pero que todo el mundo califica de artículos intensos. Hace mucho tiempo
que he aprendido a apreciar esta clase de composiciones, aunque sólo en mi reciente visita a
Mr. Blackwood (en calidad de delegada de la asociación) llegué a comprender exactamente
el método que se sigue para escribirlas. Trátase de un método muy sencillo, aunque no
tanto como el de los artículos políticos. Cuando me presenté ante Mr. Blackwood,
expresándole los deseos de la sociedad, me recibió muy amablemente, llevóme a su
gabinete y procedió a explicarme con toda claridad el procedimiento aludido.
—Estimada señora —dijo, evidentemente impresionado por mi majestuosa apariencia,
pues llevaba el vestido de satén carmesí con agraffas verdes y auriculas anaranjadas—,
estimada señora, tenga la bondad de sentarse. La cuestión es la siguiente: En primer
término, el escritor de intensidades debe procurarse una tinta muy negra y una gran pluma
de tajo bien romo. Y, además, Miss Psyche Zenobia... ¡mucha atención! —agregó luego de
una pausa, hablando con gran energía y solemnidad—, ¡mucha atención a lo que voy a
decirle! ¡Dicha pluma... jamás... jamás debe ser afilada! Ahí, señora, reside el secreto, el
alma de la intensidad. Tomo la responsabilidad de afirmar que jamás un escritor ha
producido un buen artículo con una buena pluma, por más grande que fuera su genio. Dé
usted por sentado que cuando un manuscrito es legible jamás vale la pena leerlo. Tal es el
principio conductor de nuestra fe, y si no asiente usted a él de inmediato, nuestra