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d’écarté. ¡Pero las probabilidades... las probabilidades! Remotísimas, desesperadas, es verdad; empero, apenas más desesperadas que el duque mismo. Además, ¿no está en el secreto? ¿No ha leído al Père Le Brun? ¿No era miembro del Club Vingt-et-un? Si je perds —dice— je serai deux fois perdu... quedaré dos veces condenado... voilà tout! (Y aquí su Gracia se encogió de hombros.) Si je gagne, je reviendrai à mes ortolons... que les cartes soient préparées! Su Gracia era todo cuidado, todo atención; su Majestad, todo confianza. Un espectador hubiera pensado en Francisco y en Carlos. Su Gracia pensaba en su juego. Su Majestad no pensaba: barajaba. El duque cortó. Distribuyéronse las cartas. Diose vuelta la primera. ¡El rey! ¡Pero no... era la reina! Su Majestad maldijo sus vestimentas masculinas. De l’Omelette se llevó la mano al corazón. Jugaron. El duque contaba. Había terminado la man o. Su Majestad contaba lentamente, sonriendo, bebiendo vino. El duque escamoteó una carta. —C’est à vous de faire —dijo su Majestad, cortando. Su Gracia se inclinó, barajó las cartas y levantóse en presentant le Roi. Su Majestad pareció apesadumbrado. Si Alejandro no hubiese sido Alejandro, hubiera querido ser Diógenes, y el duque aseguró a su antagonista, mientras se despedía de él, que s’il n’eût été de l’Omelette il n’aurait point d’objection d’être le Diable.