William Wilson
«¿Qué decir de ella?
¿Qué decir de la torva CONCIENCIA,
de ese espectro en mi camino?»
(CHAMBERLAYNE, Pharronida)
Permitidme que, por el momento, me llame a mí mismo William Wilson. Esta blanca
página no debe ser manchada con mi verdadero nombre. Demasiado ha sido ya objeto del
escarnio, del horror, del odio de mi estirpe. Los vientos, indignados, ¿no han esparcido en
las regiones más lejanas del globo su incomparable infamia? ¡Oh proscrito, oh tú, el más
abandonado de los proscritos! ¿No estás muerto para la tierra? ¿No estás muerto para sus
honras, sus flores, sus doradas ambiciones? Entre tus esperanzas y el cielo, ¿no aparece
suspendida para siempre una densa, lúgubre, ilimitada nube?
No quisiera, aunque me fuese posible, registrar hoy la crónica de estos últimos años de
inexpresable desdicha e imperdonable crimen. Esa época —estos años recientes— ha
llegado bruscamente al colmo de la depravación, pero ahora sólo me interesa señalar el
origen de esta última. Por lo regular, los hombres van cayendo gradualmente en la bajeza.
En mi caso, la virtud se desprendió bruscamente de mí como si fuera un manto. De una
perversidad relativamente trivial, pasé con pasos de gigante a enormidades más grandes que
las de un Heliogábalo. Permitidme que os relate la ocasión, el acontecimiento que hizo
posible esto. La muerte se acerca, y la sombra que la precede proyecta un influjo calmante
sobre mi espíritu. Mientras atravieso el oscuro valle, anhelo la simpatía —casi iba a escribir
la piedad— de mis semejantes. Me g