frecuencia en casas muy viejas de Lyon y Bordeaux. Se las fabrica como una puerta
ordinaria (de una sola hoja, y no de doble batiente), con la diferencia de que la parte
inferior tiene celosías o tablillas que ofrecen excelente asidero para las manos. En este caso
las persianas alcanzan un ancho de tres pies y medio. Cuando las vimos desde la parte
posterior de la casa, ambas estaban entornadas, es decir, en ángulo recto con relación a la
pared. Es probable que también los policías hayan examinado los fondos del edificio; pero,
si así lo hicieron, miraron las ferrades en el ángulo indicado, sin darse cuenta de su gran
anchura; por lo menos no la tomaron en cuenta. Sin duda, seguros de que por esa parte era
imposible toda fuga, se limitaron a un examen muy sumario. Para mí, sin embargo, era
claro que si se abría del todo la persiana correspondiente a la ventana situada sobre el lecho,
su borde quedaría a unos dos pies de la varilla del pararrayos. También era evidente que,
desplegando tanta agilidad como coraje, se podía llegar hasta la ventana trepando por la
varilla. Estirándose hasta una distancia de dos pies y medio (ya que suponemos la persiana
enteramente abierta), un ladrón habría podido sujetarse firmemente de las tablillas de la
celosía. Abandonando entonces su sostén en la varilla, afirmando los pies en la pared y
lanzánd