a sonidos que parecieran palabras.
»No sé —continuó Dupin— la impresión que pudo haber causado hasta ahora en su
entendimiento, pero no vacilo en decir que cabe extraer deducciones legítimas de esta parte
del testimonio —la que se refiere a las voces ruda y aguda—, suficientes para crear una
sospecha que debe de orientar todos los pasos futuros de la investigación del misterio. Digo
«deducciones legítimas», sin expresar plenamente lo que pienso. Quiero dar a entender que
las deducciones son las únicas que corresponden, y que la sospecha surge inevitablemente
como resultado de las mismas. No le diré todavía cuál es esta sospecha. Pero tenga presente
que, por lo que a mí se refiere, bastó para dar forma definida y tendencia determinada a mis
investigaciones en el lugar del hecho.
«Transportémonos ahora con la fantasía a esa habitación. ¿Qué buscaremos en primer
lugar? Los medios de evasión empleados por los asesinos. Supongo que bien puedo decir
que ninguno de los dos cree en acontecimientos sobrenaturales. Madame y mademoiselle
L’Espanaye no fueron asesinadas por espíritus. Los autores del hecho eran de carne y
hueso, y escaparon por medios materiales. ¿Cómo, pues? Afortunadamente, sólo hay una
manera de razonar sobre este punto, y esa manera debe conducirnos a una conclusión
definida. Examinemos uno por uno los posibles medios de escape. Resulta evidente que los
asesinos se hallaban en el cuarto donde se encontró a mademoiselle L’Espanaye, o por lo
menos en la pieza contigua, en momentos en que el grupo subía las escaleras. Vale decir
que debemos buscar las salidas en esos dos aposentos. La policía ha levantado los pisos, los
techos y la mampostería de las paredes en todas direcciones. Ninguna salida secreta pudo
escapar a sus observaciones. Pero como no me fío de sus ojos, miré el lugar con los míos.
Efectivamente, no había salidas secretas. Las dos puertas que comunican las habitaciones
con el corredor estaban bien cerradas, con las llaves por dentro. Veamos ahora las
chimeneas. Aunque de diámetro ordinario en los primeros ocho o diez pies por encima de
los hogares, los tubos no permitirían más arriba el paso del cuerpo de un gato grande.
Quedando así establecida la total imposibilidad de escape por las vías mencionadas nos
vemos reducidos a las ventanas. Nadie podría haber huido por la del cuarto delantero, ya
que la muchedumbre reunida lo hubiese visto. Los asesinos tienen que haber pasado, pues,
por las de la pieza trasera. Llevados a esta conclusión de manera tan inequívoca, no nos
corresponde, en nuestra calidad de razonadores, rechazarla por su aparente imposibilidad.
Lo único que cabe hacer es probar que esas aparentes “imposibilidades” no son tales en
realidad.
»Hay dos ventanas en el aposento. Contra una de ellas no hay ningún mueble que la
obstruya, y es claramente visible. La porción inferior de la otra queda oculta por la cabecera
del pesado lecho, que ha sido arrimado a ella. La primera ventana apareció firmemente
asegurada desde dentro. Resistió los más violentos esfuerzos de quienes trataron de
levantarla. En el marco, a la izquierda, había una gran perforación de barreno, y en ella un
solidísimo clavo hundido casi hasta la cabeza. Al examinar la otra ventana se vio que había
un clavo colocado en forma similar; todos los esfuerzos por levantarla fueron igualmente
inútiles. La policía, pues, se sintió plenamente segura de que la huida no se había producido
por ese lado. Y, por tanto, consideró superfluo extraer los clavos y