arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la
humanidad, y el anhelo de estar solo.
Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación.
Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante
cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las
acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él
continuaba sentado en la roca.
Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las
amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los
suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y
observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche
transcurría y él continuaba sentado en la roca.
Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad
de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las
profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los
behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía
oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la
noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.
Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa
tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento