necesitaba, más olvidados o despreciados estaban!5
Pascal, un filósofo que tú y yo amamos, ¡cuan verdaderamente ha dicho que tout notre
misonnement se réduit à ceder au sentiment! Y no es imposible que el sentimiento de lo
natural, de haberlo permitido el tiempo, hubiese recobrado su antiguo ascendiente sobre la
dura razón matemática de las escuelas. Pero ello no pudo ser. Prematuramente descarriada
por la intemperancia del conocimiento, la vejez del mundo se acentuó. La masa de la
humanidad no lo advertía, o bien, viviendo depravadamente, aunque sin felicidad, pretendía
no advertirlo. En cuanto a mí, los documentos de la tierra me habían enseñado que las
ruinas más grandes son el precio de las más altas civilizaciones. Había adquirido una
presciencia de nuestro destino por comparación con China, la simple y duradera; con
Asiria, la arquitecta; con Egipto, el astrólogo; con Nubia, más sutil que ninguna, madre
turbulenta de todas las artes. En la historia6 de aquellas regiones atisbé un rayo del futuro.
Las artificialidades individuales de las tres últimas nombradas eran enfermedades locales
de la tierra, y en sus caídas individuales habíamos visto la aplicación de remedios locales;
pero en la infección general del mundo yo no podía anticipar regeneración alguna, salvo en
la muerte. Para que el hombre no se extinguiera como raza, comprendí que era necesario
que resucitara.
Y entonces, muy hermosa y muy amada, diariamente envolvimos en sueños nuestros
espíritus. Y entonces, al atardecer, discurrimos sobre los días que vendrían, cuando la
superficie de la tierra, llena de cicatrices del Arte, después de sufrir la única purificación7
que borraría sus obscenidades rectangulares, volviera a vestirse con el verdor, las colinas y
las sonrientes aguas del Paraíso, y se convirtiera, por fin, en la morada conveniente para el
hombre; para el hombre purgado por la Muerte, para el hombre en cuyo sublimado intelecto
el conocimiento dejaría de ser un ve neno... para el hombre redimido, regenerado, venturoso
y ahora inmortal, aunque material siempre.
Una.—Bien recuerdo aquellas conversaciones, querido Monos; pero la época de la
ígnea destrucción no estaba tan cercana como creíamos, como la corrupción de que has
hablado nos permitía con tanta seguridad creer. Los hombres vivían y luego morían
individualmente. También tú enfermaste y descendiste a la tumba, y allí te siguió pronto tu
fiel Una. Y aunque el siglo transcurrido desde entonces, y cuya conclusión nos ha reunido
nuevamente, no torturó nuestros adormilados sentidos con la impaciencia del tiempo, de
todas maneras, Monos mío, fue un siglo.
Monos.—Di más bien que fue un punto en el vago infinito. Mi muerte se produjo, es
verdad, durante la decrepitud de la tierra. Cansado mi corazón por las angustias que nacían
de aquel tumulto y corrupción generales, sucumbí víctima de una terrible fiebre. Tras
algunos días de dolor y muchos de un delirio soñoliento colmado de éxtasis, cuyas
manifestaciones tomaste por sufrimientos sin que yo pudiera comunicarte la verdad...
5
«Difícil será descubrir un mejor (método de educación) que el descubierto ya por la experiencia de tantas
edades; puede resumírselo en gimnasia para el cuerpo y música para el alma» (República, lib. 2). «Por esta razón
la música es una educación esencial, pues hace que el Ritmo y la Armonía penetren íntimamente en el alma,
afirmándose en ella, llenándola de belleza y embelleciendo la mente humana... Alabará y admirará lo hermoso; lo
recibirá con alegría en su alma, se alimentará de él e identificará con él su propia condición» (id. lib. 3). La música,
µουσική, tenía entre los atenienses una significación muchísimo más amplia que entre nosotros. No sólo
abarcaba las armonías de tiempo y melodía, sino la dicción poética, el sentimiento y la creación, todos ellos en
un sentido más amplio. En Atenas el estudio de la música consistía en el cultivo general del gusto —ese gusto
que reconoce lo hermoso— distinguiéndolo claramente de la razón, que sólo atiende a lo verdadero.
6
«Historia», de ίστορείν, contemplar.
7
Purificación parece emplearse aquí con referencia a su raíz griega πϋρ, fuego.