Demonio de la Tempestad, y sobre el cual había un jinete sin sombrero y con las ropas
revueltas.
Veíase claramente que aquella carrera no dependía de la voluntad del caballero. La
agonía que se reflejaba en su rostro, la convulsiva lucha de todo su cuerpo, daban pruebas
de sus esfuerzos sobrehumanos; pero ningún sonido, salvo un solo alarido, escapó de sus
lacerados labios, que se había mordido una y otra vez en la intensidad de su terror.
Transcurrió un instante, y el resonar de los cascos se oyó clara y agudamente sobre el rugir
de las llamas y el aullar de los vientos; pasó otro instante y, con un solo salto que le hizo
franquear el portón y el foso, el corcel penetró en la escalinata del palacio llevando siempre
a su jinete y desapareciendo en el torbellino de aquel caótico fuego.
La furia de la tempestad cesó de inmediato, siendo sucedida por una profunda y sorda
calma. Blancas llamas envolvían aún el palacio como una mortaja, mientras en la serena
atmósfera brillaba un resplandor sobrenatural que llegaba hasta muy lejos; entonces una
nube de humo se posó pesadamente sobre las murallas, mostrando distintamente la colosal
figura de... un caballo.