estaba definitivamente comprometido, o el criado no tenía parte alguna en el robo, y entoces
su interés estaba en separarse del ladrón.
Tal era pues la situación respectiva de aquellos dos hombres, mientras que Phileas Fogg se
distinguía por su magnífica indiferencia. Cumplía racionalmente su órbita alrededor del
mundo, sin inquietarse de los asteroides que giraban en su derredor.
Y sin embargo, había en las cercanías -segun expresión de los astrónomos- un astro
perturbador que hubiera debido producir algunas alteraciones en el corazón de ese caballero.
¡Pero no! El encanto de Aouida no tenía acción alguna, con gran sorpresa de Picaporte, y las
perturbaciones, si existían, hubieran sido más difíciles de calcular que las de Urano, que han
ocasionado el descubrimiento de Neptuno.
¡Sí! Era un asombro diario para Picaporte, que leía tanto agradecimiento hacia su amo en
los ojos de la hermosa joven! ¡Decididamente, Phileas Fogg sólo tenía corazón bastante para
conducirse con heroísmo, pero no con amor, no! En cuanto a las preocupaciones que los
azares del viaje podían causarle, no daba indicio ninguno de ellas. Pero Picaporte vivía en
continua angustia. Apoyado un día en el pasamanos de la máquina, estaba mirando cómo de
vez en cuando precipitaba éste su movimiento, cuando la hélice salió de punta fuera de las
olas por un violento cabeceo, escapándose el vapor por las válvulas, lo cual provocó las iras
de tan digno mozo.
-¡No están bastante cargadas esas vávulas --exclamó-. ¡Eso no es andar! ¡Al fin, ingleses!
¡Ah! Si fuese un buque americano, quizá saltaríamos, pero iríamos más de prisa.
XVIII
Durante los primeros días de la travesía, el tiempo fue bastante malo. El viento arreció
mucho. Fijándose en el Noroeste, contrarió la marcha del vapor, y el "Rangoon", demasiado
inestable cabeceó considerablemente, adquiriendo los pasajeros el derecho de guardar rencor
a esas anchurosas oleadas que el v«íento levantaba sobre la superficie del mar.
Durante los días 3 y 4 de noviembre fue aquello una especie de tempestad. La borrasca batió
el mar con vehemencia. El "Rangoon" debió estarse a la capa durante media jornada,
manteniéndose con diez vueltas de hélice nada más, y tomando de sesgo a las olas. Todas las
velas estaban arriadas, y aun sobraban todos los aparejos que silbaban en medio de las
ráfagas.
La velocidad del vapor, como es fácil concebirlo, quedó notablemente rebajada, y se pudo
calcular que la llegada a Hong-Kong llevaría veinte horas de atraso