-¿Picaporte?
-¡Presente! --espondió Picaporte.
-¡Bien! -dijo el juez Obadiah-. Hace dos días, acusados, que os están espiando en todos los
trenes de Bombay.
-Pero, ¿de qué nos acusan? -exclamó Picaporte impaciente.
-Vais a saberlo -respondió el juez.
-Caballero --dijo entonces mister Fogg-, soy ciudadano inglés y tengo derecho...
-¿Os han faltado a los miramientos? -preguntó mister Obadiah.
-De ningún modo.
-¡Bien! Haced entrar a los querellantes.
Por orden del juez se abrió una puerta, y tres sacerdotes indios fueron introducidos por un
alguacil.
-¿No lo decía yo? -dijo Picaporte-. ¡Esos bribones no son los que querían quemar a esa
joven señora!
Los sacerdotes se mantuvieron de pie delante del juez, y el escribano leyó en voz alta una
querella de sacrilegio formulada contra el señor Phileas Fogg y su criado, acusados de haber
profanado un lugar consagrado por la religión brahmánica.
-¿Habéis oído? -preguntó el juez a Phileas Fogg.
-Sí, señor -respondió mister Fogg mirando el reloj-, y lo confieso.
-¡Ah! ¿Conque lo confesáis?
-Lo confieso, y estoy aguardando que esos tres sacerdotes declaren a su vez lo que querían
hacer en la pagoda de Pillaji.
Los sacerdotes se miraron. No comprendían al parecer nada en las palabras del acusado.
-¡Sin duda! ---exclamó impetuosamente Picaporte-. ¡En esa pagoda de Pillaji, ante la cual
iban a quemar a su víctima!
Los sacerdotes volvieron a quedar estupefactos, asombrándose profundamente el juez
Obadiah.
-¿Qué víctima? -preguntó-. ¿Quemar a quién? ¿En medio de la ciudad de Bombay?
-¿Bombay? --exclamó Picaporte.
-Sin duda no se trata de la pagoda de Pillaji, sino de la pagoda de Malebar-Hill, en Bombay.
Y como pieza de convicción, he aquí los zapatos del profanador -añadió el escribano
colocando un par de ellos encima de la mesa.
-¡Mis zapatos! --exclam ́A