tenían el honor de conocerle más a fondo que los demás, atestiguaban que --excepción hecha
del camino diariamente recorrido por él desde su casa al club- nadie podía pretender haberio
visto en otra parte. Era su único pasatiempo leer los periódicos y jugar al whist. Solía ganar a
ese silencioso juego, tan apropiado a su natural, pero sus beneficios nunca entraban en su
bolsillo, que figuraban por una suma respetable en su presupuesto de caridad. Por lo demás
-bueno es consignarlo-, míster Fogg, evidentemente jugaba por jugar, no por ganar. Para él, el
juego era un combate, una lucha contra una dificultad; pero lucha sin movimiento y sin
fatigas, condiciones ambas que convenían mucho a su carácter.
Nadie sabía que tuviese mujer ni hijos -cosa que puede suceder a la persona más decente del
mundo-, ni parientes ni amigos -lo cual era en verdad algo más extraño-. Phileas Fogg vivía
solo en su casa de Saville-Row, donde nadie penetraba. Un criado único le bastaba para su
servicio. Almorzando y comiendo en el club a horas cronométricamente determinadas, en el
mismo comedor, en la misma mesa, sin tratarse nunca con sus colegas, sin convidar jamás a
ningún extraño, sólo volvía a su casa para acostarse a la media noche exacta, sin hacer uso en )