la miseria entre dos es soportable.
-Así lo dicen, señora.
-Mister Fogg --dijo entonces Aouida, levantándose y dando su mano al gentleman-; ¿queréis
tener a un tiempo pariente y amiga? ¿Me queréis para mujer?
Mister Fogg, al oír esto, se levantó. Había en sus ojos un reflejo insólito y una especie de
temblor en los labios. Aouida le estaba mirando. La sinceridad, la rectitud, la firmeza y
suavidad de esta mirada de una noble mujer que se atreve a todo para salvar a quien se lo ha
dado todo, le admiraron primero y después lo cautivaron. Cerró un momento los ojos, como
queriendo evitar que aquella mirada le penetrase todavía más, y, cuando los abrió, dijo
sencillamente:
-Os amo; en verdad, por todo lo que hay de más sagrado en el mundo, os amo y soy todo
vuestro.
-¡Ah! Exclamó mistress Aouida, llevando la mano al corazón.
Llamaron a Picaporte, y cuando se presentó, mister Fogg tenía aún entre sus manos la de
mistress Aouida, Picaporte comprendió, y su ancho rostro se tomó radiante como el sol en el
cenit de las regiones tropicales.
Mister Fogg le preguntó si no sería tarde para avisar al reverendo Samuel Wilson, de la
parroquia de Mari-le-Bone.
Picaporte, con la mejor sonrisa del mundo, dijo:
-Nunca es tarde.
Eran las ocho y cino minutos.
-¿Será para mañana, lunes? -preguntó Picaporte.
-¿Para mañana, lunes? ---dijo Fogg, mirando a la joven Aouida.
-Para mañana, lunes -respondió la joven.
Y Picaporte echó a correr.
XXXVI
Ya es tiempo de decir el cambio de opinión que se había verificado en el Reino Unido,
cuando se supo la prisión del verdadero ladrón del Banco, un tal James Strand, que había sido
detenido el 17 de diciembre en Edimburgo.
Tres días antes, Phileas Fogg era un criminal que la policía perseguía sin descanso, y ahora
era el caballero más honrado, que estaba cumpliendo matemáticamente su excéntrico viaje
alrededor del mundo.
¡Qué efecto, qué ruido en los periódicos! Todos los que habían apostado en pro y en contra
y tenían este asunto olvidado, resucitaron como por magia. Todas