Test Drive | Page 109

cerradas, y ningún cambio se había notado en el exterior. En efecto, después de haber salido de la estación. Phileas Fogg había dado a Picaporte la orden de comprar algunas provisiones y había entrado en su casa. Este gentleman había recibido con su habitual impasibilidad el golpe que lo hería. ¡Arruinado! ¡Y por culpa de ese torpe inspector de policía! ¡Después de haber seguido con planta certera todo el viaje; después de haber destruido mil obstáculos y arrostrado mil peligros; después de haber tenido hasta ocasión de hacer algunos beneficios, venir a fracasar en el puerto mismo ante un hecho brutal, era cosa terrible! De la considerable suma que se había llevado, no le quedaba más que un resto insignificante. Su fortuna estaba reducida a las veinte mil libras depositadas en casa de Baring Hermanos, y las debia a sus colegas del Reform-Club. Después de tanto gasto, aun en el caso de ganar la apuesta, no se hubiera enriquecido, ni es probable que hubiese tratado de hacerlo, siendo hombre de esos que apuestan por pundonor; pero perdiéndola se arruinaba completamente. Además, el gentleman había tomado ya su resolución, y sabía lo que le restaba hacer. Se había destinado un cuarto para mistress Aouida en la casa de Savi lle Row. La joven estaba desesperada; y por ciertas palabras que mister Fogg había pronunciado, había comprendido que éste meditaba algún proyecto funesto. Sabido es, en efecto, a qué deplorables desesperaciones se entregan los ingleses monomaniáticos cuando les domina una idea fija. Por eso Picaporte vigilaba a su amo con disimulo. Pero, antes que todo, el buen muchacho subió a su cuarto y apagó el gas, que había estado ardiendo durante ochenta días. Había encontrado en el buzón una carta de la compañía del gas, y creyó que ya era tiempo de suprimir estos gastos, de que era responsable. Transcurrió la noche. Mister Fogg se había acostado, pero es dudoso que durmiera. En cuanto a mistress Aouida, no pudo descansar ni un solo instante. Picaporte había velado como un perro a la puerta de su amo. Al día siguiente, mister Fogg lo llamó y le recomendó, en breves, y concisas palabras, que se ocupase del almuerzo de Aouida, pues él tendría bastante con una taza de té y una tostada, y que la joven le dispensara por no poderla acompañar tampoco a la comida pues tenía que consagrar todo su tiempo a ordenar sus asuntos. Sólo por la noche tendría un rato de conversación con mistress Aouida. Enterado Picaporte del programa de aquel día, no tenía otra cosa que hacer sino conformarse. Contemplaba a su amo siempre impasible, y no podía decidirse a marcharse de allí. Su corazón estaba apesadumbrado, y su conciencia llena de remordimientos, porque se acusaba más que nunca de ese irreparable desastre. Si hubiera avisado a mister Fogg, si le hubiera descubierto los proyectos del agente Fix, aquél no hubiera, probablemente, llevado a éste a Liverpool, y entonces... Picaporte no pudo contenerse, y exclamó: -¡Amo mío! ¡Mister Fogg! Maldecidme. Yo tengo la culpa de... -A nadie culpo --exclamó Phileas Fogg, con el tono más calmoso-. Andad. Picaporte salió del cuarto, y se reunió con Aouida, a quien dio a conocer las intenciones de su amo. -¡Señora -añadió-, nada puedo! No tengo influencia alguna sobre mi amo. Vos, quizá... -¿Y qué influencia puedo yo tener? -respondió Aouida-. ¡Mister Fogg no se somete a ninguna! ¿Ha comprendido nunca que mi reconocimiento ha estado a punto de desbordarse? ¿Ha leído alguna vez en mi corazón? Amigo mío, es preciso no dejarle solo ni un momento. ¿Decís que ha manifestado intencion