pródigamente abonados, los vestidos de luto se fueron haciendo viejos a la par del dolor, y
el Gun Club quedó sumido en una ociosidad profunda.
Algunos apasionados, trabajadores incansables, se entregaban aún a cálculos de balística y
no pensaban más que en bombas gigantescas y obuses incomparables. Pero, sin la práctica,
¿de qué sirven las teorías? Los salo-nes estaban desiertos, los criados dormían en las
antesa-las, los periódicos permanecían encima de las mesas, tristes ronquidos partían de los
rincones oscuros, y los miembros del Gun Club. tan bulliciosos en otro tiempo, se
amodorraban mecidos por la idea de una artillería platónica.
¡Qué desconsuelo! dijo un día el bravo Tom Hunter, mientras sus piernas de palo se
carbonizaban en la chimenea . ¡Nada hacemos! ¡Nada esperamos! ¡Qué existencia tan
fastidiosa! ¿Qué se hicieron de aquellos tiempos en que nos despertaba todas las mañanas el
ale-gre estampido de los cañones?
Aquellos tiempos pasaron para no volver respon-dió Bilsby, procurando estirar los
brazos que le falta-ban . ¡Entonces daba gusto! Se inventaba un obús, y, apenas estaba
fundido, iba el mismo inventor a ensayar-lo delante del enemigo, y se obtenía en el
campamento un aplauso de Sherman o un apretón de manos de Mac-Clellan. Pero
actualmente los generales han vuelto a su escritorio, y en lugar de mortíferas balas de hierro
des-pachan inofensivas balas de algodón. ¡Santa Bárbara bendita! ¡El porvenir de la
artillería se ha perdido en América!
Sí, Bilsby exclamó el coronel Blomsberry , he-mos sufrido crueles decepciones. Un
día abandonamos nuestros hábitos tranquilos, nos ejercitamos en el mane-jo de las armas,
nos trasladamos de Baltimore a los cam-pos de batalla, nos portamos como héroes, y dos o
tres años después perdemos el fruto de tantas fatigas para condenarnos a una deplorable
inercia con las manos me-tidas en los bolsillos.
Trabajo le hubiera costado al valiente coronel dar una prueba semejante de su ociosidad, y
no por falta de bolsillos.
¡Y ninguna guerra en perspectiva! dijo entonces el famoso J. T. Maston, rascándose su
cráneo de goma elástica . ¡Ni una nube en el horizonte, cuando tanto hay aún que hacer en
la ciencia de la artillería! Yo, que os hablo en este momento, he terminado esta misma
maña-na un modelo de mortero, con su plano, su corte y su elevación, destinado a
modificar profundamente las le-yes de la guerra.
¿De veras? replicó Tom Hunter, pensando invo-luntariamente en el último ensayo del
respetable J. T. Maston.
De veras respondió éste . Pero ¿de qué sirven tantos estudios concluidos y tantas
dificultades venci-das? Nuestros trabajos son inútiles. Los pueblos del nuevo mundo se han
empeñado en vivir en paz, y nues-tra belicosa Tribuna(1) pronostica catástrofes debidas al
aumento incesante de las poblaciones.