–Sí traía –respondió don Álvaro–; y, aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia
que la tuviese.
–Eso creo yo muy bien –dijo a esta sazón Sancho–, porque el decir gracias no es para todos, y ese
Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y
ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y si
no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por los menos un año, y verá que se me
caen a cada paso, y tales y tantas que, sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos
me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el
enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el
matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este
señor que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho
Panza es burlería y cosa de sueño.
–¡Por Dios que lo creo! –respondió don Álvaro–, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en
cuatro razones que habéis hablado, que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron
muchas. Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin
duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con
don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del
Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien
diferente del mío.
–Yo –dijo don Quijote– no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual
quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he
estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las
justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me
pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres,
patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y, en
sitio y en belleza, única. Y, aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto,
sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto. Finalmente, señor don Álvaro
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