–No querría –dijo don Quijote– que le dijese yo aquí agora, y amaneciese mañana en los oídos de
los señores consejeros, y se llevase otro las gracias y el premio de mi trabajo.
–Por mí –dijo el barbero–, doy la palabra, para aquí y para delante de Dios, de no decir lo que
vuestra merced dijere a rey ni a roque, ni a hombre terrenal, juramento que aprendí del romance del
cura que en el prefacio avisó al rey del ladrón que le había robado las cien doblas y la su mula la
andariega.
–No sé historias –dijo don Quijote–, pero sé que es bueno ese juramento, en fee de que sé que es
hombre de bien el señor barbero.
–Cuando no lo fuera –dijo el cura–, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará más que
un mudo, so pena de pagar