avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no
el gastarlas comoquiera, sino el saberlas bien gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino
para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido, y
oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo; que con dos
maravedís que con ánimo alegre dé al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana herida
da limosna, y no habrá quien le vea adornado de las referidas virtudes que, aunque no le conozca,
deje de juzgarle y tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y siempre la alabanza fue
premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar de ser alabados. Dos caminos hay, hijas, por
donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las
armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia
del planeta Marte; así que, casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de
todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren,
la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea. Pues con saber, como sé, los
innumerables trabajos que son anejos al andante caballería, sé también los infinitos bienes que se
alcanzan con ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y
espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso,
acaba en la muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba,
sino en la que no tendrá fin; y sé, como dice el gran poeta castellano nuestro, que
Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de allí declina.
–¡Ay, desdichada de mí –dijo la sobrina–, que también mi señor es poeta!. Todo lo sabe, todo lo
alcanza: yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula.
Yo te prometo, sobrina –respondió don Quijote–, que si estos pensamientos caballerescos no me
llevasen tras sí todos lo 26V