habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos por
la cintura; en voz alta y muy castellana, dijo:
–¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi
buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porque yo ni duermo, ni estoy ahora borracho.
Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar del estranjero peregrino, y,
después de haberle estado mirando sin hablar palabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle;
pero, viendo su suspensión el peregrino, le dijo:
–¿Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero
de tu lugar?
Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y , finalmente, le vino a conocer
de todo punto, y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello, y le dijo:
–¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime: ¿quién te
ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen
tendrás harta mala ventura?
–Si tú no me descubres, Sancho –respondió el peregrino–, seguro estoy que en este traje no habrá
nadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece, donde quieren
comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendré
lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por