Con esto, se metieron en la alameda, y don Quijote se acomodó al pie de un olmo, y Sancho al de
una haya; que estos tales árboles y otros sus semejantes siempre tienen pies, y no manos. Sancho
pasó la noche penosamente, porque el varapalo se hacía más sentir con el sereno. Don Quijote la
pasó en sus continuas memorias; pero, con todo eso, dieron los ojos al sueño, y al salir del alba
siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el
capítulo venidero.
CAPÍTULO 29: De la famosa aventura del barco encantado
Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alameda, llegaron don
Quijote y Sancho al río Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en
él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus
líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos.
Especialmente fue y vino en lo que había visto en la cueva de Montesinos; que, puesto que el mono
de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas eran verdad y parte mentira, él se atenía
más a las verdaderas que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las tenía por la mesma
mentira.
Yendo, pues, desta manera, se le ofreció a la vista un pequeño barco sin remos ni otras jarcias
algun