borrica en mi casa, que luego vuelvo’’. ‘‘Mucho placer me haréis –dijo el del jumento–, e yo
procuraré pagároslo en la mesma moneda’’. Con estas circunstancias todas, y de la mesma manera
que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso. En
resolución, los dos regidores, a pie y mano a mano, se fueron al monte, y, llegando al lugar y sitio
donde pensaron hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquellos contornos, aunque más
le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo el regidor que le había visto al otro: ‘‘Mirad,
compadre: una traza me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir
este animal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo sé
rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por concluido’’. ‘‘¿Algún tanto
decís, compadre? –dijo el otro–; por Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos’’.
‘‘Ahora lo veremos –respondió el regidor segundo–, porque tengo determinado que os vais vos por
una parte del monte y yo por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho
rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos responda, si es
que está en el monte’’. A lo que respondió el dueño del jumento: ‘‘Digo, compadre, que la traza es
excelente y digna de vuestro gran ingenio’’. Y, dividiéndose los dos según el acuerdo, sucedió que
casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro, acudieron a
buscarse, pensando que ya el jumento había parecido; y, en viéndose, dijo el perdidoso: ‘‘¿Es
posible, compadre, que no fue mi asno el que rebuznó?’’ ‘‘No fue, sino yo’’, respondió el otro. ‘‘Ahora
digo –dijo el dueño–, que de vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al
rebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa más propia’’. ‘‘Esas
alabanzas y encarecimiento –respondió el de la traza–, mejor os atañen y tocan a vos que a mí,
compadre; que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más
perito rebuznador del mundo; porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo
y compás; los dejos, muchos y apresurados, y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la
palma y doy la bandera desta rara habilidad’’. ‘‘Ahora digo –respondió el dueño–, que me tendré y
estimaré en más de aquí adelante, y pensaré que sé alguna cosa, pues tengo alguna gracia; que,
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