–No nos debemos nada –respondió Sancho–, que también ella dice mal de mí cuando se le antoja,
especialmente cuando está celosa, que entonces súfrala el mesmo Satanás.
Finalmente, tres días estuvieron con los novios, donde fueron regalados y servidos como cuerpos de
rey. Pidió don Quijote al diestro licenciado le diese una guía que le encaminase a la cueva de
Montesinos, porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las
maravillas que de ella se decían por todos aquellos contornos. El licenciado le dijo que le daría a un
primo suyo, famoso estudiante y muy aficionado a leer libros de caballerías, el cual con mucha
voluntad le pondría a la boca de la mesma cueva, y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas
ansimismo en toda la Mancha, y aun en toda España; y díjo[l]e que llevaría con él gustoso
entretenimiento, a causa que era mozo que sabía hacer libros para imprimir y para dirigirlos a
príncipes. Finalmente, el primo vino con una pollina preñada, cuya albarda cubría un gayado tapete
o arpillera. Ensilló Sancho a Rocinante y aderezó al rucio, proveyó sus alforjas, a las cuales
acompañaron las del primo, asimismo bien proveídas, y, encomendándose a Dios y despediéndose
de todos, se pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa cueva de Montesinos.
En el camino preguntó don Quijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su
pr[o]fesión y estudios; a lo que él respondió que su profesión era ser humanista; sus ejercicios y
estudios, componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos
entretenimiento para la república; que el uno se intitulaba el de las libreas, donde pinta setecientas
y tres libreas, con sus colores, motes y cifras, de donde podían sacar y tomar las que quisiesen en
tiempo de fiestas y regocijos los caballeros cortesanos, sin andarlas mendigando de nadie, ni
lambicando, como dicen, el cerbelo, por sacarlas conformes a sus deseos e intenciones.
–Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán
más justas que pecadoras. Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio
español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la
Giralda de Sevilla y el Ángel de la Mada-lena, quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quiénes los
Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no
olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus
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