ricas que hasta el día de hoy se habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la
redonda.
Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba.
–No son –respondió el estudiante– sino de un labrador y una labradora: él, el más rico de toda esta
tierra; y ella, la más hermosa que han visto los hombres. El aparato con que se han de hacer es
estraordinario y nuevo, porque se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia, a
quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llama Camacho el rico; ella de
edad de diez y ocho años, y él de veinte y dos; ambos para en uno, aunque algunos curiosos que
tienen de memoria los linajes de todo el mundo quieren decir que el de la hermosa Quiteria se
aventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de soldar
muchas quiebras. En efecto, el tal Camacho es liberal y hásele antojado de enramar y cubrir todo el
prado por arriba, de tal suerte que el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbas
verdes de que está cubierto el suelo. Tiene asimesmo maheridas danzas, así de espadas como de
cascabel menudo, que hay en su pueblo quien los repique y sacuda por estremo; de zapateadores no
digo nada, que es un juicio los que tiene muñidos; pero ninguna de las cosas referidas ni otras
muchas que he dejado de referir ha de hacer más memorables estas bodas, sino las que imagino que
hará en ellas el despechado Basilio. Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de Quiteria, el
cual tenía su casa pared y medio de la de los padres de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de
renovar al mundo los ya olvidados amores de Píramo y Tisbe, porque Basilio se enamoró de Quiteria
desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspondiendo a su deseo con mil honestos favores,
tanto, que se contaban por entretenimiento en el pueblo los amores de los dos niños Basilio y
Quiteria. Fue creciendo la edad, y acordó el padre de Quiteria de estorbar a Basilio la ordinaria
entrada que en su
casa tenía; y, por quitarse de andar receloso y lleno de sospechas, ordenó de casar a su hija con el
rico Camacho, no pareciéndole ser bien casarla con Basilio, que no tenía tantos bienes de fortuna
como de naturaleza; pues si va a decir las verdades sin invidia, él es el más ágil mancebo que
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es