moreno de rostro y barbitaheño, velloso en el cuerpo y de vista amenazadora; corto de razones, pero
muy comedido y bien criado.
–Si no fue Roldán más gentilhombre que vuestra merced ha dicho –replicó el cura–, no fue
maravilla que la señora Angélica la Bella le desdeñase y dejase por la gala, brío y donaire que debía
de tener el morillo barbiponiente a quien ella se entregó; y anduvo discreta de adamar antes la
blandura de Medoro que la aspereza de Roldán.
–Esa Angélica –respondió don Quijote–, señor cura, fue una doncella destraída, andariega y algo
antojadiza, y tan lleno dejó el mundo de sus impertinencias como de la fama de su hermosura:
despreció mil señores, mil valientes y mil discretos, y contentóse con un pajecillo barbilucio, sin otra
hacienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó a su amigo. El gran
cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a esta señora
le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas, la dejó
donde dijo:
Y como del Catay recibió el cetro,
quizá otro cantará con mejor plectro.
Y, sin duda, que esto fue como profecía; que los poeta