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12. No se puede escribir sin saber leer. No se puede
contar sin saber escuchar. La escucha empática
depende del gusto del espectador, y este libera a los
narradores de la obligación de presenciar
espectáculos que no son de su agrado, mas no del
deber de guardar silencio si están presentes.
13. El montaje de un espectáculo de narración oral
debe ser visto como una composición. Cada relato
lleva consigo una cadencia particular puesta por su
intérprete, con base en un trabajo serio,
estructurado y fundamentado.
14. Solo el público puede juzgar el trabajo del
narrador. Pensar que el público carece de criterio es
absurdo. Por ello los espacios deben ser incluyentes
con los narradores independientemente de la
estética de su propuesta. Es el público quien juzga lo
que ve y manifiesta su agrado o desagrado.
15. La UNESCO ha proclamado la oralidad como
patrimonio cultural inmaterial. En consecuencia, los
cuentos son patrimonio de todos. Todos somos
narradores potenciales, negarlo es negar el derecho
que todos tenemos a disfrutar y construir vínculos
comunicativos.
16. Todo narrador es responsable de su propia
formación. Se trata de leer, de buscar talleres, de
asesorarse, pero también de tener un pensamiento
crítico frente a la información recibida que le permita
adecuarla a sus necesidades personales.
17. Quienes se hacen cargo de dictar talleres deben
asumir que su responsabilidad implica no guardar el
conocimiento para sí mismos. Deben además ser
consecuentes con su trayectoria. La responsabilidad
de dictar un taller no puede ser tomada a la ligera.
18. Los miembros de La Liga somos lo que
promulgamos, por lo tanto este manifiesto no es
dogmático, cada uno de los puntos aquí tratados está
sujeto a discusión, reflexión y cambio.