chico, de suerte que ahí localiza
Rousseau el derrotero que tomaría el
ejercicio de su sexualidad: “definió
mis gustos, mis deseos, mis pasiones
para el resto de mi vida”. ¿Qué de esa
vivencia con la señorita Lambercier
pudo resultar tan determinante como
para marcar a Rousseau para el resto
de su vida en sus gustos, deseos y
pasiones?
Un elemento se vuelve clave: la
espera del castigo. Toda vez que la
educadora
descubrió
al
niño
cometiendo una tontería y lo advierte
del castigo a que se ha hecho
merecedor, no le pega de inmediato.
Lo cual coloca a Jean-Jacques en la
angustiada espera de recibir el castigo.
Para su sorpresa, tras de que la
señorita Lambercier ejecutó la
punición, la acción le pareció al niño
“menos terrible de sufrir que cuanto lo
había sido la espera”.
La espera había sido un
sufrimiento terrible; lo esperado
resultó “menos terrible”. Assoun
advierte que no se trataría del mero
alivio experimentado porque el niño
esperaba lo peor y a fin de cuentas no
fue así. Lo que ocurrió a Rousseau fue
que encontró placer donde no se lo
esperaba: en el dolor de los golpes.
Hubo un inesperado pasaje de la
angustia expectante a un “curioso
placer”; la angustia se transformó en
placer. “El masoquista –afirma
Assoun—es un activo nostálgico de
aquella ‘primera vez’ en que se halló
en situación de padecer. Aspira a
‘volver a pasar por ello’” (p. 21).
¿Y qué es aquello por lo que el
masoquista aspira a volver a pasar?
Aquello que la angustia le había hecho
temer y que ahora convoca su deseo:
los golpes. “Yo había encontrado en el
dolor, incluso en la vergüenza, una
mezcla de sensualidad que me dejaba
más deseo que temor de sentirla de
nuevo por la misma mano”, revela
Rousseau. Según se observa, dolor-
vergüenza-sensualidad-deseo
de
repetición, se entrelazan en los afectos
del placer masoquista.
Todavía
más,
Rousseau
explicita cómo desde su ligazón
amorosa con aquella mujer que le
había impuesto el castigo a los 8 años,
buscaba la repetición de ese placer con
otras mujeres: “Estar en el regazo de
un ama imperiosa, obedecer sus
órdenes, pedirle perdón, eran para mí
goces dulcísimos”.
“Lo que ha sucedido –indica
Assoun—es tan fisiológico como
psíquico, es la psique convertida en
fisiología”. El término freudiano de
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