Tango y Cultura Popular ® N° 165 | Page 55

pesos, la estufa Aurora ronroneaba su kerosén y mi hermanito Ricardo gateaba bajo la mesa de dibujo comiéndose los puchos (será por eso que le cuesta tanto dejar de fumar). Papá todavía no había logrado resolver el secreto que decía Borges y solo pintaba el fondo. En ese cuarto, su taller, había muchos cuadros apoyados en la pared. Olía a óleo y trementina, tabaco y estufa Aurora. Era el olor de mi viejo. Desde la ventana de su taller se veía la calle de tierra y una placita triangular y desangelada, con tres bancos y unos faroles muy esféricos, como hechos para el hondazo. Muy de tanto en tanto y desde el horizonte, que entonces estaba a pocas cuadras, venía un vasco con sus vacas que ordeñaba frente a cada casa y nos dejaba un bigote de espuma blanca. O llegaba el vendedor de pavos que pasaban bullangueros y enormes, porque un pavo grande es más alto que un niño. Otras veces nos asombraba el vendedor de plumeros, insólitamente cargado con sillas y cestos de mimbre que crujían con el bamboleo de su carro. Pasaba el barquillero con su tómbola tramposa, el afilador con flauta y sus chispas, la locomotora del manisero, el hielero, y como no, el frutero que al ver… …una paica que transita se sube la faja y grita ¡Durazno al cuarenta el ciento…! No todo era tan amable. También pasaba el temible camión de la perrera con su puerta-trampa en el techo, y detrás, colgados del pescante y empuñando sus lazos, dos espantos despiadados y eficaces. …el hijo de puta que enlazaba el perro ese más que nadie merece el destierro. (Julián Centeya) Si nos mataban el perro del vecino, todos los mocosos llorábamos. Pero si la víctima era el nuestro, un silencio duro como un balazo, un dolor desconocido se nos clavaba en el pecho para siempre. Por eso veinte años después, en Carapachay, al ver a los perreros cazando, frené en seco mi 4L, me largué del coche y con las fuerzas que da la furia, les arrebaté el perro a los verdugos y se lo di a sus dueños. Pero también venían al barrio cosas casi maravillosas. De pronto, en el terreno de la esquina, ese que estaba alambrado con flores de campanillas, brotaba una calesita. Una auténtica calesita con caballitos de colores, la calesa fileteada, la