pesos, la estufa Aurora ronroneaba su kerosén y mi hermanito Ricardo gateaba
bajo la mesa de dibujo comiéndose los puchos (será por eso que le cuesta tanto
dejar de fumar). Papá todavía no había logrado resolver el secreto que decía
Borges y solo pintaba el fondo.
En ese cuarto, su taller, había muchos cuadros apoyados en la pared. Olía a óleo y
trementina, tabaco y estufa Aurora. Era el olor de mi viejo.
Desde la ventana de su taller se veía la calle de tierra y una placita triangular y
desangelada, con tres bancos y unos faroles muy esféricos, como hechos para el
hondazo.
Muy de tanto en tanto y desde el horizonte, que entonces estaba a pocas cuadras,
venía un vasco con sus vacas que ordeñaba frente a cada casa y nos dejaba un
bigote de espuma blanca. O llegaba el vendedor de pavos que pasaban
bullangueros y enormes, porque un pavo grande es más alto que un niño. Otras
veces nos asombraba el vendedor de plumeros, insólitamente cargado con sillas y
cestos de mimbre que crujían con el bamboleo de su carro. Pasaba el barquillero
con su tómbola tramposa, el afilador con flauta y sus chispas, la locomotora del
manisero, el hielero, y como no, el frutero que al ver…
…una paica que transita
se sube la faja y grita
¡Durazno al cuarenta el ciento…!
No todo era tan amable. También pasaba el temible camión de la perrera con su
puerta-trampa en el techo, y detrás, colgados del pescante y empuñando sus
lazos, dos espantos despiadados y eficaces.
…el hijo de puta que enlazaba el perro
ese más que nadie merece el destierro.
(Julián Centeya)
Si nos mataban el perro del vecino, todos los mocosos llorábamos. Pero si la
víctima era el nuestro, un silencio duro como un balazo, un dolor desconocido se
nos clavaba en el pecho para siempre.
Por eso veinte años después, en Carapachay, al ver a los perreros cazando, frené
en seco mi 4L, me largué del coche y con las fuerzas que da la furia, les arrebaté
el perro a los verdugos y se lo di a sus dueños.
Pero también venían al barrio cosas casi maravillosas. De pronto, en el terreno de
la esquina, ese que estaba alambrado con flores de campanillas, brotaba una
calesita. Una auténtica calesita con caballitos de colores, la calesa fileteada, la