Tango y Cultura Popular ® N° 165 | Page 50

Cátulo Castillo A José González Castillo, padre de Ovidio Cátulo Castillo le estallaba la vida en múltiples gestos que convirtieron lo extraordinario en cotidiano. Cuando consideró llegada la hora de hacer pareja “robó” a la que fue su mujer, de la casa familiar encabezaba por un cuidador de caballos, en la ciudad de La Plata. La llevó a compartir vivienda y existencia en Buenos Aires, donde -en 1906- nació su primer hijo. Apenas enterado del nacimiento abandonó raudo el trabajo que tenía en Tribunales y corrió a su casa para- con los brazos levantados- ofrecer a la bendición de la lluvia del cielo, al recién nacido. Era el 6 de agosto, con helada lluvia invernal que ocasionó en el niño una peligrosa pulmonía. Más tarde, cuando debieron anotarlo en el Registro, movido por sus inclaudicables ideas libertarias pretendió apuntarlo con el nombre Descanso Dominical, en honor de una conquista obrera que precisamente acababan de lograr con su lucha los sindicatos anarquistas en Argentina. La oposición del empleado del Registro y el empeño de los amigos presentes lograron disuadirlo a cambio de que su hijo se llamara como los poetas latinos, Ovidio Cátulo. De esta forma evitaba repetir los nombres del santoral cristiano. Una sorprendente historia contada por el destinatario que, a la larga, abrevió sus señas en Cátulo Castillo que es como se lo venera en el vasto mundo del tango. Vivió adolescencia y juventud en el barrio de Boedo donde su padre don José había fundado una Universidad Popular y una peña de artistas. Allí hizo sus estudios Cátulo, con intermitentes faltas de asistencia porque iba a jugar al billar y a entrenarse en boxeo, deporte en el que logró importantes triunfos como amateur. No obstante, era asiduo a las clases de música que impartía una profesora de la que se sentía profundamente enamorado. (“¡Benditas tus piernas, mujer!”). Desde muy temprano empezó a componer, y entre las magníficas perlas que ofrece su vida, está el haber sido autor de la música para la mayoría de las letras de tangos de su padre, hombre de palabra escrita en poesía, teatro, ensayo y de vibrante oratoria. Tenía 17 años cuando registró Organito de la tarde, el primero de una serie de tangos que continuó componiendo hasta la muerte de Don José González Castillo, en 1937. El gran libertario había impregnado la vida de su hijo Cátulo como la de los más avanzados muchachos de esa