Tango y Cultura Popular ® N° 165 | Page 49

posible gracias a su toque, su forma. Cuando él hacía los solos, nosotros dejábamos de tocar porque no era necesario. Lo acompañaban Osvaldo Manzi en el piano y Kicho Díaz en el contrabajo. No hacía falta nada más. -- ¿Qué pasaba en las giras? -- Salíamos muy seguido. A él le gustaba cocinar y lo hacía muy bien, así que se iba a la mañana al mercado, agarraba una canasta, la llenaba de carne y se venía solito por las calles. La gente lo veía y no lo podía creer. Otra de las cosas que hacía era arreglarnos el pelo a todos. Nos decía: "Siéntese". Y nos cortaba. Una noche veníamos de tocar en un baile y nos reunimos todos en una habitación para tomar mate. Empezó una gran discusión acerca de la gira, que estaba mal encauzada. Los hoteles eran de muy poca categoría y las fechas estaban mal organizadas. Todo el mundo estaba en pijama o en bata gritando: "¡Este Gordo! ¡Nos lleva! ¡Nos trae!". Por ahí se escuchó el golpecito de una ventana que se abría. Era él, que nos dijo: "¿Me llamaban?". "Sí, Gordo. Venga a tomar mate." Y se sentó a charlar él también de los problemas que teníamos. -- ¿Qué es lo que más le llamaba la atención de Pichuco? -- Que era muy cálido, inteligente sobre todo, de gran nivel intelectual. No hay que olvidar que fue un hombre rodeado por grandes escritores: Homero Manzi, Cátulo Castillo, y tantos otros. Cuando componía iba hilvanando los tangos de a poquito. Pichuco era tan importante que todo el mundo aseguraba ser su amigo, gente que en quince años que estuve con él no vi nunca. Después entendí cómo era la cosa: si Pichuco los saludaba ya se sentían cerca de él. Pero nosotros, los músicos, que compartíamos giras, radio, cabaret, estábamos más tiempo con él que con nuestras familias, somos los únicos que escuchábamos, como dice el tango, "aquel chamuyo incomprensible de la noche". Alice Pollina (La Maga, Edición Especial de Colección, 1995) Enviado por Recordando Tangos De Miguel Recuerdo.