cayó en la panza de un sapo. De pronto y con un susto descubrí al caballo junto a
mí, inmóvil. Su cabezota colgaba casina y sus ojos ciegos parecían mirar la noche.
Papá tiró de mi mano y nos alejamos para siempre.
Las calesitas iban de baldío en baldío, abandonando los lugares cuando la
clientela escaseaba, así que un día cualquiera descubríamos que se había
marchado. En el baldío desolado quedaba la aureola de tristeza que recorriera el
caballo y que el pasto pronto volvería a cubrir.
El viejo supo mirar cosas, cosas como esa aureola que las calesitas iban dejando
por los barrios. Por eso su paleta era como esa esquina…
...donde se mezclan luces de luna y almacén
(Homero Manzi)
Rodolfo Sigfredo Pastor
(José María Otero)