(¡NO DISPAREN! que aquí estamos hablando de naturaleza física, no de
capacidades intelectuales, ni de evolución cultural y mucho menos de
derecho de ejercer "poder" y, por si fuera poco, enfatizo el
APARENTEMENTE.) En cualquier caso, esta realidad no es exclusiva del
Tango, sino de las danzas en general. Si el tango es machista, todas las
danzas de pareja lo son. ¿O acaso vemos muy seguido mujeres
conduciendo a hombres en el mundo de la salsa, el ballroom o en
sofisticadas coreografías de ballet?
No obstante, luego de tantos años de admirar parejas de baile en las que
la bailarina encarnó la belleza, el corazón y el alma del binomio
(recordemos, por ejemplo, a la gran María Nieves, a Guillermina Quiroga,
Marcela Durán, Geraldine Rojas, o Alejandra Mantiñán, por solo citar
algunos casos icónicos) ya debiéramos poder despojarnos del complejo
auto impuesto de "pasividad" en el rol femenino. Acompañar al "leader"
con presencia, actitud, abrazo comprometido, agilidad, ritmo y
creatividad en el uso de los adornos no tiene absolutamente nada de
"pasivo".
Desde el momento mismo en que salimos a la pista en nuestro rol de
"seguidoras" el cuerpo entra en un estado de consciencia plena similar al
que se desarrolla con la práctica del mindfulness, es decir, hay una
presencia absoluta en el aquí y ahora que constituye el más alto estado
de actividad. De otra manera, sería completamente imposible reaccionar
a la "marca" a la velocidad de la luz, sin siquiera ser capaces de
comprender como ocurre tal alquimia. Solamente un cerebro altamente
activo puede responder, decorar, transmitir emoción, expresar la música,
pisar a tiempo y -a veces- hasta cantar en simultáneo. Y dicho sea de
paso: ¿somos conscientes de que las mujeres tenemos una agudeza
auditiva naturalmente superior a la de los hombres? Pues sí, las mujeres
escuchamos mejor, de modo tal que en muchas ocasiones depende de
nosotras que la pareja baile "con la música".
Pero hay un tercer aspecto, más complejo por cierto, por el cual se suele
afirmar que el tango es "machista". Se escucha a menudo que -dada la
proximidad física del abrazo- las mujeres en la milonga somos
sumamente vulnerables ante posibles situaciones de abuso por parte de
los varones. También aquí podemos afirmar que esto no es del todo
cierto. En todo caso, no somos de ninguna manera "más" vulnerables
que en cualquier otro ámbito social. En una milonga tenemos un número
amplio de recursos para protegernos de tan desagradables situaciones:
podemos evitar bailar con quienes nos sintamos incómodas; podemos
interrumpir el baile en cualquier momento si el varón intentara
propasarse; tenemos cientos de personas alrededor que reaccionarían en
nuestra defensa si se diera alguna situación de violencia explícita;
tenemos la ropa puesta y podemos estar absolutamente tranquilas, no