La improvisación
Para los que bailan con figuras, el nudo central del accionar es poseer al
tango. Y lo intentan desde la captura y posterior reproducción de los
distintos elementos de carácter coreográfico que han aprendido con
anterioridad al hecho dancístico en sí. Mientras que aquellos individuos
que improvisan la danza en forma pura no necesitan poseer nada,
porque el tango habita en ellos como posibilidad cierta de su accionar
dancístico, realizado por medio de una enorme especialización que
poseen desde la mente intuitiva, desde la inteligencia de poder resolver
las situaciones espaciales y desde la virtuosa capacidad crear los diseños
con la misteriosa fantasía que lo hace posible.
En tal contraposición de posturas en el manejo de las herramientas para
la ejecución de la danza es que, a simple vista, podemos reconocer, por
un lado, al individuo ansioso en poseer el tango y nervioso en su
ejecución, a diferencia del intérprete que descansa en sus propias
posibilidades de accionar libremente, cadencioso y relajado a la hora de
hace su lúdico acto de tango, la mayoría de las veces caminando la
circunstancial música con el donaire altero del torero al hacer su
presentación en la plazas.
Este último ha encontrado otra manera de construir su baile, al entender
claramente la posibilidad de “danzar desde la nada”, implementando en
el desarrollo del diseño la improvisación como único motor de su
ejecución libertaria, fuera de las rígidas formas del hacer siempre de una
sola manera de danza. Forma calificada de danzar espontáneamente que
nos muestra un soberbio individuo para quien solo es necesario saber
que “se es” para lograr la construcción del nuevo diseño, elaborado
mediante un gran trabajo emocional dentro de la fragosa pista de baile.
Gloria y Rodolfo Dinzel