Algunos porque son réplicas (malas) de orquestas
desaparecidas.
Otros porque creyeron inventar la pólvora haciendo
mal la Yumba (Pugliese des-agradecido) y te hablan
de “una estética”, cuando en realidad deberíamos
hablar de música.
Las posturas, el marketing, las zapatillas sucias o
la onda descontracturada, si no están acompañadas
por buena música, la verdad no me convencen.
Sigo convencido que El Arranque fue parte de
esa continuidad evolutiva entrecortada con que
los argentinos muchas veces tratamos a nuestra
cultura.
Estos muchachos eran (son) músicos en serio.
A su técnica le agregaron el trabajo de ir a las
fuentes. De hablar con Alcides Rossi, con Emilio
Balcarce y cuanto maestro encontraron vivo y con
ganas de transmitir conocimientos.
Yo trato de seguir la misma senda, el mismo camino
de ellos, de Linetzky, de Cristian Zárate, de
Hernán Possetti.
Porque todos somos (o queremos ser) herederos
del maestro que llevamos como estandarte.
Los pianistas reverenciamos a Salgán, a Dante
Amicarelli, a Berlingieri, a Orlando Goñi, a Pugliese,
Di Sarli o al que te guste.
Los fueye ros harán lo propio con Ástor, Leopoldo,
Binelli, Ruggiero, Pichuco o vaya a saber quien.
Lo mismo que los violinistas con De Caro,
Camerano, Vardaro, Francini o Suarez Paz.
Los contrabajistas con Kicho Díaz, Alcides Rossi
o Cabarcos (padre e hijo).
Todos buscamos lo mismo: superarnos para
acercarnos aunque sea un poco a los maestros.
Nos ilusionamos cuando terminamos un arreglo que
nos gusta. Parece que subimos un escalón.
Pero dura poco, por lo menos a mi.
Cuando vuelvo sobre mis pasos me doy cuenta que
se puede hacer mejor. Y el editor de partituras se
abre de nuevo. Y otra vez a laburar.
La vida no es tan larga como uno desearía.
Por eso no agarro compromisos que me distraigan.
Tengo un objetivo: que la música que hago me
guste un poco mas de una semana. Si logro eso
tendré tiempo para otras cosas.
Enrique Nicolás
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