Tango y Cultura Popular ® N° 161 | Page 13

policía, mientras todo un aluvión de hindúes se apiñaban tras la baranda con carteles de servicios de remis, hotel, y turismo. Mi amigo llegó, demorado por el intenso tráfico entre su casa y el aeropuerto. Durante los 30 km que hicimos me di cuenta porqué. En India, el caos vehicular supera la imaginación. En la calle, rige el desorden, la ley del más fuerte y la suerte. No cumplen las normas de tránsito heredadas de los ingleses. Sólo conservan el manejo del lado izquierdo. Ignoran las rotondas, los semáforos y al peatón. Y como si esto fuera poco, las calles están destruídas y las autopistas las construyen día y noche. Llegamos a Gurgaon, una ciudad “empresaria” porque allí se instalaron desde hace unos años todas las multinacionales: Google, HP, Toshiba, Mahindra, Vodafone, DLF, BMW, Sony, etc. Es una ciudad sin kioscos, sin almacenes, sin mercados. Para comprar comida, por ejemplo, tenía que tomar el Metro y llegar al Centro de Shoppings…o conformarme comiendo bananas y papas Lays que compré en una plaza. Elegí esto último. Me alojaron en un hotel ejecutivo muy lindo y esa tarde conocí al grupo de principiantes de Gurgaon a quienes inicié en la caminata tanguera, con los cambios de peso, y el pull and push. Los hindúes están tan fascinados por el Tango como todas las culturas del mundo, pero, a diferencia de ellas, como por ejemplo la japonesa, quieren bailar a los dos minutos metiendo ganchos y acrobacias como Mora Godoy. Sin embargo captaron la idea y, como son perseverantes, cuando me volví veinticuatro días después, ya estaban milongueando. A su modo, pero milongueando. Al tercer día fuimos a Nueva Delhi a visitar a Sandra. Allí participé de la clase de Vivek y decidí que al volver de mi recorrido por Agra (Taj Mahal) y Jaipur (La Ciudad Rosa) me quedaría con ella, que por suerte habla castellano. A la tardecita siguiente fuimos a la práctica de otro grupo, el de Kiran Sawhney (una bailarina hindú polifacética) y Eduardo Martínez Curiel, el cónsul mexicano. Recogimos en el camino a algunas de las chicas, Meeta, y Hitomi Prunelle (mi amiga japonesa que también habla español). Esa noche allí en “La Milonguita de La Bodega” conocí a Rosa Borrajo, española y profesora en el Instituto Cervantes