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mezclan frases cohete,
ensayos “científicos”,
recursos marketineros,
poniendo al Tango
y a los tangueros
bajo la platina de
un microscopio.
A esos gurúes los
rechazo, a favor de mi
amor a la verdadera
gente de tango, aquellos
que lo cultivan y lo
trasmiten con pilcha
milonguera y no toga
universitaria, como digo
en el apéndice de mi
libro Al Petiso le gustaba
Tanturi:
“No los arribistas, ni
los oportunistas, ni los
seguidores de modas,
ni los trashumantes del
Arte, ni los nómades
de las actividades
socioculturales, ni los
amantes de lo exótico.
No las gentes que, en
definitiva, prefieren
mirar el océano bravío
y rantifuso del Tango tan
sólo desde las orillas,
sin atreverse a hundir,
aunque sea, los pies
en sus aguas.
Revista N° 161
Me refiero a aquellos que mantuvieron
viva la llama del fuego votivo de nuestro
ser ciudadano, a aquellos que, más
tarde, elegimos al tango porque es una
de las expresiones estéticas más bellas
y entrañables que se conozcan. Los
jovenes audaces que abrazaron al tango
bailado como una novia, y los maduros
asombrados al “descubrir” aquello que,
desde el principio formó parte de su
paisaje cotidiano.
Me refiero a aquellos que escogimos
rescatar... y salvaguardar... y difundir
este auténtico patrimonio cultural que nos
define, y nos describe, y nos justifica, y da
cuenta de nuestros orígenes y evolución
como seres urbanos. Los custodios de
un género al que, incapaces de voltearlo
desde afuera, hay quienes pretenden
diluirlo desde adentro. Dios los confunda,
como a los habitantes de Babel…”
Tenemos demasiados... demasiados...
demasiados... “Maestros” en el Tango.
Al que le quepa el sayo, que se lo ponga.
Como dice Alberto Castillo: “El Tango es
el Tango si tiene milonga, no importa que
sea de ayer o de hoy”.
En fin, tenía necesidad de decirlo... y lo
dije. Nunca fui “políticamente correcto”
y no voy a comenzar ahora, al final
de mi vida.
Ángel Mario Herreros