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porteño pudo hacer gala de su agilidad y
elegancia con sus cortes y quebradas.
Los “niños bien”, por su parte, quisieron
imitar a las clases bajas, quizás por
algo de esnobismo y espíritu de
aventura. Algunos se atrevieron a visitar
los peringundines; otros optaron por
establecer sus reuniones en casas
donde alternaban los momentos de
música con los picantes momentos que
les proporcionaban “mujeres de la vida”.
Así tomaron notoriedad lugares como
lo de María La Vasca, lo de La Parda
Adelina o lo de la Gringa Adela
Avanzada ya la primera década del siglo
20 el Tango seguía siendo considerado
música prohibida, prostibularia, a pesar
de que en 1904 el bailarín Casimiro
Aín actuó en el Teatro Ópera junto a su
esposa Marta. También de las filas de los
famosos de aquel entonces comenzaron
a salir grandes bailarines, como Jorge
Newbery, Florencio Parravicini, Vicente
Madero Álzaga y Ricardo Güiraldes.
No podemos omitir el papel que el
modesto organito callejero tuvo en la
difusión del género. Este instrumento
mecánico, al parecer originario de Italia,
llegó al país a mediados del siglo 19
y consistía en un cilindro con púas,
movido por un manubrio, que produce la
percusión en una serie de cuerdas que
representan determinadas notas, todo
ello encerrado en una caja. Podían ser
pequeños, transportados por un hombre,
colgando de su cuello, o en carritos
empujados a mano, o tirados a caballo,
cuando eran muy grandes, en forma de
pianos.
A comienzos de siglo había, en
Buenos Aires, talleres especializados
en la construcción y reparación de
organitos. En estos talleres también se
preparaban los cilindros. Este sistema
requería conocimientos musicales para
la selección y adaptación de las obras,
teniendo en cuenta las limitaciones de
notas.
Los organitos durante las postrimerías
del siglo 19 y las primeras décadas del
20 conquistaron las calles de la ciudad,
sobre todo en sus arrabales, trayendo
alegría a la gente de los barrios, ya que
era la única forma de reproducción
de música, Los organitos trajeron el
Tango a los zaguanes, las plazas y
hasta en los lugares cerrados, cuando
las restricciones económicas impedían
contratar músicos.
De lo antedicho se desprende que
el Tango no sólo vio la luz en los
prostíbulos. También se tocó en
los circos, teatros, plazas ¡y hasta
en reuniones sociales y, porqué
no, familiares! Y guste o no a los
sostenedores de la “teoría prostibularia”,
fue ejecutado y grabado incluso por
bandas militares y municipales.
¿Por qué, entonces, este empeño en
enunciar una relación bi-unívoca entre
tango y proxenetismo? Yo pienso
que, entre otras cosas, se trata de
una cuestión marketinera… resulta
mucho más atractivo vender un Tango
fuertemente enraizado en lo prohibido,
con una fuerte impronta sexual, que decir
que nació en el comedor de la casa de
Doña Eulalia. Es mucho más novelesco.
No por algo, un escritor como Mario
Benedetti dice, en su libro La borra del
café:
“Cuanto mejor se lleve en el baile (de
tango) la pareja, cuanto mejor se amolde
un cuerpo al otro, cuanto mejor se
correspondan el hueso del uno con la
tierna carne de la otra, más patente se