Tango y Cultura Popular ® N° 160 | Page 22

22 porteño pudo hacer gala de su agilidad y elegancia con sus cortes y quebradas. Los “niños bien”, por su parte, quisieron imitar a las clases bajas, quizás por algo de esnobismo y espíritu de aventura. Algunos se atrevieron a visitar los peringundines; otros optaron por establecer sus reuniones en casas donde alternaban los momentos de música con los picantes momentos que les proporcionaban “mujeres de la vida”. Así tomaron notoriedad lugares como lo de María La Vasca, lo de La Parda Adelina o lo de la Gringa Adela Avanzada ya la primera década del siglo 20 el Tango seguía siendo considerado música prohibida, prostibularia, a pesar de que en 1904 el bailarín Casimiro Aín actuó en el Teatro Ópera junto a su esposa Marta. También de las filas de los famosos de aquel entonces comenzaron a salir grandes bailarines, como Jorge Newbery, Florencio Parravicini, Vicente Madero Álzaga y Ricardo Güiraldes. No podemos omitir el papel que el modesto organito callejero tuvo en la difusión del género. Este instrumento mecánico, al parecer originario de Italia, llegó al país a mediados del siglo 19 y consistía en un cilindro con púas, movido por un manubrio, que produce la percusión en una serie de cuerdas que representan determinadas notas, todo ello encerrado en una caja. Podían ser pequeños, transportados por un hombre, colgando de su cuello, o en carritos empujados a mano, o tirados a caballo, cuando eran muy grandes, en forma de pianos. A comienzos de siglo había, en Buenos Aires, talleres especializados en la construcción y reparación de organitos. En estos talleres también se preparaban los cilindros. Este sistema requería conocimientos musicales para la selección y adaptación de las obras, teniendo en cuenta las limitaciones de notas. Los organitos durante las postrimerías del siglo 19 y las primeras décadas del 20 conquistaron las calles de la ciudad, sobre todo en sus arrabales, trayendo alegría a la gente de los barrios, ya que era la única forma de reproducción de música, Los organitos trajeron el Tango a los zaguanes, las plazas y hasta en los lugares cerrados, cuando las restricciones económicas impedían contratar músicos. De lo antedicho se desprende que el Tango no sólo vio la luz en los prostíbulos. También se tocó en los circos, teatros, plazas ¡y hasta en reuniones sociales y, porqué no, familiares! Y guste o no a los sostenedores de la “teoría prostibularia”, fue ejecutado y grabado incluso por bandas militares y municipales. ¿Por qué, entonces, este empeño en enunciar una relación bi-unívoca entre tango y proxenetismo?  Yo pienso que, entre otras cosas, se trata de una cuestión marketinera… resulta mucho más atractivo vender un Tango fuertemente enraizado en lo prohibido, con una fuerte impronta sexual, que decir que nació en el comedor de la casa de Doña Eulalia. Es mucho más novelesco. No por algo, un escritor como Mario Benedetti dice, en su libro La borra del café: “Cuanto mejor se lleve en el baile (de tango) la pareja, cuanto mejor se amolde un cuerpo al otro, cuanto mejor se correspondan el hueso del uno con la tierna carne de la otra, más patente se