En fin, una vez escuché que el peligro,
cuando se ve desde lejos, subyuga;
pero desde cerca, aterra. Supongo
que por ese motivo me entretiene
presenciar en una pantalla calamidades
y males que jamás soportaría en mi
vida normal, y es por eso también que
disfrutar de ello, en un tiempo en el
que todo lo políticamente incorrecto es
cuestionable y ofende a alguien, no me
parece reprochable ni dañino.
Una vez, hace mucho tiempo
-probablemente no tendría más de
dieciséis años-, estaba viendo una de
estas películas con mi padre, de noche,
en el salón de casa. Aunque la trama
iba bien, en un momento dado uno
de los protagonistas hizo una de esas
cosas incomprensibles a las que los
guionistas nos tienen acostumbrados
para generar tensión. Ya sabéis a qué
me refiero, cosas como bañarse en el
lago en el que los vecinos han visto
pirañas, correr en línea recta delante
del coche que les persigue, tirar la
pistola cuando se les ha encasquillado
o buscar a tientas las gafas por el suelo
cuando se les han caído, con los ojos
guiñados y cara de no ser capaces
de distinguir un rinoceronte aunque
lo tuvieran delante. Como aficionado
al género estas cosas me enfadan
bastante, son recursos pobres propios
de guionistas mediocres. Y recuerdo
que, con todo el cabreo, le dije a mi
padre:
- “Pero ¿por qué diablos hace eso?”
Y él me respondió:
- “Hijo, si los idiotas no existieran no
habría películas de miedo”
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